Por:
Tomás Abraham
|
Tomas Abraham |
Para LA NACIÓN:
http://www.lanacion.com.ar/1395017-hay-cosas-que-no-tienen-retorno
El país cambió radicalmente
en estos últimos ocho años. Quienes están disconformes con la
conducción actual deben estar preparados para saber que si se diera el
caso de la asunción de otro gobierno, no hay retorno posible sobre
cuestiones de peso en lo concerniente a la organización de la
República.
El país ya no es de aquellos
hombres de una supuesta buena voluntad que sueñan con el orden y el
progreso. Ese orden ya no existe. El modelo sueco no existe. El modelo
coreano tampoco. Ni el chileno. Ese sueño principesco de una sociedad
integrada en la que sus agentes aceptan su lugar y se disponen a
mejorar sus condiciones de existencia en marco de la ley, del respeto
por la propiedad privada y del derecho del prójimo, no existe. El país
de la igualdad y de la redistribución de la riqueza es un emblema
vacío de campañas políticas a pura retórica. Ni hablar del contrato
moral.
La Argentina no es un
desierto a la espera de ser colonizado por pioneros del bienestar
ciudadano según reglas de una civilización madura y equilibrada. La
pobreza en la Argentina no es silenciosa ni resignada. Todos quieren
más. Los que nada tienen quieren más, los que tienen todo también
quieren más. Y los que están en el medio de ninguna manera quieren
menos.
Todos los sistemas son
inestables. Ninguno asegura una consistencia a prueba de crisis. Ni
siquiera podemos apostar a la mentada destrucción creadora para
consolarnos con una ley histórica progresiva. Sin corrupción seguirá
habiendo pobreza, y hasta miseria.
Los de arriba creen que si
se sentaran a conversar con mesura y generosidad, el clima de la
República variará sustancialmente. Esta idea del diálogo y el consenso
entre sectores y dirigentes en pos de la paz social rezuma un
idealismo acrítico. La Argentina está levantada. Desde Jujuy hasta la
avenida 9 de Julio. Pueblos originarios de Formosa, habitantes sin
techo de la Puna, chacareros del Litoral, camioneros de todo el país,
obreros de Sueños Compartidos, docentes de la escuela pública, una
lista interminable que se moviliza todos los días, no lo dejará de
hacer porque un par de dirigentes del radicalismo, del peronismo
federal, del Pro, del Frente Amplio Progresista, o del sciolismo, se
saquen sonrientes una foto.
Para muchos una situación
como ésta resulta de una política que nos ha llevado al desastre. En
realidad venimos de un desastre que se llamó 2001, y que fue el fruto
de una política que muchos escandalizados de hoy aprobaban con
entusiasmo. Acostumbrados que estamos de ser una comunidad ligera de
culpas ya que siempre se las arrojamos a otros, tampoco podemos decir
que la algarabía de la convertibilidad haya sido una insensatez urdida
por mentes enfermas o codiciosas. Por el contrario, país de los
alivios, el nuestro venía de otro desastre, uno más de una larga
lista, que hizo explosión en el fatídico año 1989.
Se le echó la culpa de la
década a Carlos Menem cuando se sabía que ya iba a abandonar el poder,
y se votó a De la Rúa y Chacho Alvarez con la garantía de que no iban
a modificar un ápice el sistema económico imperante.
Podemos hacer uso de la
memoria histórica y distribuir postales argentinas por doquier. Se
sabe que el pasado es una configuración voluntarista. No es que se
pueda hacer con ella cualquier relato, pero como la realidad es un
hojaldre que requiere un acercamiento por aproximaciones y ángulos de
mira, la perspectiva es variable. Ningún monumento a la memoria hará
del tiempo humano una efigie de mármol. Pero hablemos del futuro.
La Argentina tiene una tasa
de inflación muy alta. No se sabe si puede ser controlada en el 25% de
promedio actual. Las carnes y trigo suben y atacan los bolsillos del
pueblo. El famoso "modelo" puso toda la carne el asador. No sólo la
vacuna sino la de toda la economía.
Las unidades productivas
ociosas colmaron su capacidad y llegaron a un límite. Se habla de
crear un clima de confianza para las inversiones cuando las mismas
superan el veinte por ciento del PBI. No es mucho, pero no es poco. Se
habla de falta de seguridad jurídica para inversores a la vez que la
UIA elogia el Gobierno. Se dice que nuestro país no es normal sin que
se pueda recordar en qué momento lo fue. La evocación de 1910 ya es
risueña.
La crisis social de 2001 fue
la más grande que se conozca. La desocupación, el hambre que mataba
niños, los gatos que se comían en Rosario, y la salida del trueque
para una clase media destruida plantearon una situación de extrema
necesidad. Ni hablar del default, de la deuda externa y de las
multinacionales de servicios que pedían su seguro de cambio contra la
devaluación.
Veo que seguimos en el
pasado. Pero para pensar el futuro hay que tomar en cuenta que nuestro
país, a pesar de una economía acelerada y con un consumo estimulado
con una serie de incentivos de todo tipo, padece una situación social
de una extrema fragilidad. Hay millones que viven con el mínimo. Los
subsidios que pueden recortarse para algunos sectores deben mantenerse
no por demagogia sino por supervivencia. Por supuesto que hay riesgos
que de seguir con este ritmo de crecimiento e inflación, el día en que
la máquina se pare por cualquier motivo, se puede llegar a escenas de
extremo dolor y violencia.
Sin embargo, el enfriamiento
paulatino de la economía con disminución del gasto público, incremento
de las tasas de interés, tope para incrementos salariales que no tomen
en cuenta los últimos aumentos del costo de vida y, como consecuencia,
ajusten los bolsillos, requieren de un acuerdo político. No se lo
logrará sin una política más equitativa que prósperos y pudientes
rechazan de plano. Nadie que puede hacerlo quiere entregarle un
centavo más al Estado. A pesar de la rebelión fiscal el gasto social
no puede disminuir si se quiere evitar que se vacíen todos los
supermercados sin pasar por la caja.
Hay demasiada gente que vive
el borde de la subsistencia. No se podrá ignorar que hay decenas sino
centenas de movimientos sociales que tienen su dirigencia, su
liderazgo. Es fatuo pensar en una ciudadanía compuesta por individuos
aislados en relación directa con el Estado. El clientelismo existe
pero no se borra ni con prédicas ni maldiciendo a sus organizadores.
En materia de juicios a
represores no hay vuelta atrás. En el futuro las organizaciones de
derechos humanos deberán no sólo tener la protección del Estado para
que continúen con su tarea de buscar hijos y nietos de familiares
desaparecidos por los crímenes del terrorismo de Estado, sino que
habrá que proteger a sus dirigentes de la cooptación perversa del
actual gobierno. Hay que asegurarse de que tengan independencia del
Estado y que lleven a cabo su misión secular de vigilancia
contra-estatal para garantizar los derechos humanos del presente.
Será necesario reflexionar
con profundidad sobre el tema de la seguridad. Decir que hay que
atacar el narcotráfico es carecer de la más elemental seriedad. Se
supone que ningún político con una mínima cordura pedirá estimular ni
la venta de drogas, ni el tráfico de órganos, ni la trata de blancas.
Sin embargo, la seguridad no es un problema en sí mismo. Es parte de
una red política. No se puede enfrentar el crimen organizado si no es
con grandes recursos, programas y herramientas económicas, sociales,
culturales, además de fuerzas especiales que las combatan en la zona
de fuego. Los países que encaran este problema instalan en los
territorios ocupados por las mafias, clínicas, centros culturales,
bancos, comisarías, asistentes sociales, planes de trabajo, ferias
comunitarias, etc.
No se trata de mano dura ni
de poses de moralina progresista. Tampoco se trata de repetir en un
próximo futuro el sermón de la educación ni de mostrar grave
preocupación por la juventud. La educación no debería ser un tema
políticamente correcto. Ni es con las vivas al espíritu militante de
una juventud de propaganda y sometida a un verticalismo de pacotilla,
ni con un llamado al espíritu de seriedad de otros tiempos que se
mejorará la educación no sólo de los jóvenes sino de sus maestros.
Pero habrá que hablar y
mucho del estudio y de la necesidad de producir conocimientos para ser
libres. Hablar menos de los alumnos y más de la práctica docente.
Tender a la masividad del acceso a la educación y a la vez pautar
normas de exigencia.
La militancia no es hacer
pogo, twitear y salir a la calle, no es eso solamente. El militante de
hoy debe mejorarse a sí mismo si quiere ser útil a los demás. Si
quiere transformar el país debe conocerlo. Los eslóganes de gente
retardataria que evoca su propia juventud ya ida no son de mucha
utilidad.
El futuro no es igual al
pasado. Ni los jóvenes de hoy son iguales a los de antes. Ni el mundo,
mucho menos el mundo, es igual al de antes. Los que pregonan la
juventud maravillosa de otros tiempos en los que parecía no haber más
solución que agarrar un rifle y disparar, secuestrar y matar, no son
sólo irresponsables sino estafadores ideológicos que viven de las
rentas del sufrimiento de muchos caídos en los campos de batalla.
Ganar un futuro es costoso.
Superar el presente se hace a pérdida. Es el parto de la historia. Hay
muchos que lo quieren hacer con los beneficios que obtienen hoy, con
los obtenidos ayer y los que desean obtener siempre.
|