Por: Abel Grau - Diario El País
Ni
la pobreza ni el racismo pueden explicar por sí solos los saqueos de
Londres - Robaron por igual pandilleros y clase media - Los analistas
alertan, como Cameron, de una falta de cohesión moral.
El País:
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/turba/le/sirve/cualquier/causa/elpepisoc/20110820elpepisoc_1/Tes
Natasha Reid no necesitaba un televisor nuevo. A sus
24 años y recién licenciada en Asistencia Social, vive con sus padres
en un entorno desahogado del barrio de Edmonton, al norte de Londres.
Pero la noche del pasado 7 de agosto vio la ocasión. En medio de la
vorágine de saqueos que recorrió Inglaterra, se fijó en una tienda de
electrodomésticos que había sido asaltada cerca de casa. Así que entró
y robó una televisión de pantalla plana. No tenía necesidad, se la
podría haber comprado. Solo entró y se la llevó. Ahora tiene
antecedentes policiales. Aún se pregunta por qué lo hizo.
La historia de Reid, que llegó la semana pasada a la portada de
The Times, es una más entre los cerca de 3.000 detenidos durante las
revueltas, pero ejemplifica un segmento de los saqueadores que
escapa de las causas que se aducen habitualmente. Aunque nadie
parece tener una explicación para los disturbios de Londres, al
contextualizarlos se suelen mencionar situaciones de pobreza y
exclusión social, problemas de integración de las minorías étnicas o
los drásticos recortes del Gobierno británico. Sin embargo, entre
los detenidos hay muchos perfiles que en principio no encajan en el
retrato del sospechoso habitual: una enfermera que intentó robar un
televisor en un supermercado, un estudiante de Derecho que se sumó a
una banda para asaltar restaurantes, una bailarina de ballet que se
llevó un televisor e incluso la hija de un millonario acusada de
robar electrodomésticos por valor de 5.700 euros. A medida que se
han conocido las historias de los detenidos han surgido decenas de
casos semejantes. La mayoría eran jóvenes, pero sin distinción de
estrato social. ¿Qué les empujó a delinquir?.
Los expertos destacan la importancia de las circunstancias que
subyacen en estallidos de violencia como el de Inglaterra, que entre
el 6 y el 10 de agosto se propagó desde Londres hasta Manchester,
Nottingham y otras ciudades. Dejó cinco muertos y pérdidas que se
elevan a 230 millones de euros. "Las revueltas juveniles en la
Europa de hoy, y eso vale para la de los suburbios franceses de
2005, la de los airados griegos de 2008 y la de los indignados
ibéricos y los suburbios ingleses de 2011, no son revueltas de la
miseria sino del bienestar", razona Carles Feixa, catedrático de
Antropología Social de la Universidad de Lleida. "No surgen por
problemas de subsistencia material, sino por problemas de cohesión
moral; por crisis de valores o más bien por nuevos valores que se
visibilizan con la crisis. Los valores con los que las nuevas
generaciones han sido educadas, que ya no son los de la ética
puritana del ahorro sino los de la ética hedonista del consumo, se
ponen en duda en momentos de crisis, pues la promesa del ascensor
social desaparece de golpe. Eso vale tanto para los jóvenes pobres
como para la clase media: todos ven sus expectativas en riesgo",
añade.
La espoleta que encendió los disturbios, la muerte del joven Mark
Duggan, abatido a tiros por la policía en el barrio de Tottenham,
fue una razón o excusa para mostrar ira, sostiene Vicente Garrido,
profesor de Criminología de la Universidad de Valencia. "La ira de
las bandas ante la policía, la ira de los antisistema, de los
delincuentes juveniles. Esa ira, si era lo suficientemente intensa,
generaría un escenario de oportunidad único, una ventana hacia el
robo y el pillaje", señala. "Entonces se formó una turba que devoró
todo. La auténtica naturaleza del hecho se muestra por quienes eran
las víctimas: sus propios vecinos. Ante ese movimiento autogenerado
y arrollador acabaron por ceder todas las inhibiciones frente a la
ley".
El primer ministro británico, David Cameron, avisó el pasado lunes
de que la oleada de altercados es "una llamada de alerta" para todo
el país y exhortó a atajar el "hundimiento moral a cámara lenta" de
la sociedad británica. No obstante, negó rotundamente que las
revueltas tuvieran que ver con el racismo, la pobreza o los
drásticos recortes que ha llevado a cabo su Gobierno. "Estos
disturbios no tienen que ver con la pobreza: eso insulta a los
millones de personas que, cualesquiera que sean las dificultades,
nunca soñarían siquiera con hacer sufrir a los demás de esta forma",
dijo. Tras el toque de atención, añadió Cameron, el Gobierno de
coalición de conservadores y liberaldemócratas planea un ambicioso
plan de reformas para restaurar esa "sociedad rota". Entre las
prioridades están las escuelas, las prestaciones sociales, ayudas a
las familias y la educación en los hogares. "Si queremos tener
alguna esperanza de reparar nuestra sociedad rota, la familia y la
educación familiar es donde debemos empezar". Entre las medidas
anunciadas prevé mejorar las condiciones de los 120.000 hogares más
desfavorecidos.
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David Cameron |
Los estudios sociológicos serios sobre los disturbios están por
llegar, avisa el filósofo, ensayista y pedagogo José Antonio Marina,
pero considera muy significativa la cuestión de los valores que la
sociedad transmite a los jóvenes. "La educación ética está
desprestigiada, basta recordar lo que pasó en España con la
asignatura ética de Educación para la Ciudadanía. Hemos sustituido
la oposición importante -bueno o malo-, por una de emergencia
-delictivo o no delictivo-, y hemos sustituido la ética por el
Código Penal. Y eso no funciona", explica. "No se puede culpar a la
familia y a la escuela de la ausencia de valores, en una sociedad
conmocionada por las escuchas de Scotland Yard, la desvergüenza de
muchos políticos, y una crisis económica indecente", dice el
filósofo. Es una tarea que incumbe a toda la sociedad. "Para educar
a un niño hace falta la tribu entera. Y la tribu somos todos",
señala.
Es necesario, considera Marina, rescatar una educación global en
valores. "Vemos el fracaso de la educación permisiva, después de
haber visto el fracaso de la educación autoritaria. Necesitamos
recuperar los valores morales fuertes, y transmitirlos también a
través de la familia y de la escuela". Añade, sin embargo, un matiz
importante: "A nadie se le oculta que la educación informal -la que
se ejerce fuera de esas instituciones- es cada vez más poderosa.
Creo que debemos insistir en la idea de que todos educamos -por
acción y por omisión- y elaborar una Carta de los Deberes Educativos
de la Sociedad, que señale los deberes de cada situación: familia,
escuela, empresa, medios, policía, justicia, políticos, sanidad,
sindicatos, partidos políticos, etcétera".
Los disturbios de Londres son una muestra más de un nuevo tipo de
revueltas sin distinción de clases, según argumenta el antropólogo
Feixa. "Lo novedoso aquí es la dirección de la protesta: normalmente
las inician las clases medias y luego siguen las bajas, como sucedió
en la revolución francesa y en mayo del 68. Aquí sucede lo
contrario", señala. "Las revueltas populares siempre se han visto,
al principio, como una forma de vandalismo, mientras que las
burguesas suelen tener un componente ideológico. Quizá asistimos a
una inversión de la hegemonía cultural: la sociedad de consumo no
elimina las clases, pero las desclasa, es decir, las desvincula de
sus valores tradicionales. Por eso hay jóvenes acomodados que
parecen vándalos de suburbio; y seguramente hay muchos jóvenes
pobres que actuaron como jóvenes conscientes, serios y respetables,
aunque eso no se vio. En el fondo hay un mito: solo los pobres se
meten en bandas. Mi experiencia demuestra que en las bandas hay
mucha clase media, aunque no lo parezca".
Los tumultos han servido como llamada de atención sobre los
problemas de la sociedad británica, pero estos no explican por sí
solos la explosión de violencia, incendios y pillaje, según otros
expertos. "No tienen reivindicaciones sociales o políticas",
señalaba la semana pasada en este periódico Jim Waddington, profesor
de Política de la universidad de Wolverhampton y experto en
seguridad. Advertía de la diferencia respecto a las revueltas de
Londres en los ochenta. "No se trataba solo de destrozar
escaparates. Entonces el objetivo era atacar a la policía", añadía.
Los manifestantes "representaban a clases trabajadoras que querían
un cambio".
En la oleada de disturbios que recorrió Inglaterra, las
reivindicaciones quedaron empañadas o diluidas. Los robos y saqueos
convierten estas algaradas en algo diferente de otras oleadas de
violencia callejera que tuvieron un propósito más definido, como la
de los suburbios de París de 2005 y los de Grecia en 2008 -por no
hablar de las recientes y masivas protestas pacíficas de los
estudiantes de Chile y la de los indignados en España e Israel-. Las
de París y Grecia consistieron fundamentalmente en enfrentamientos
con la policía, quema de automóviles y destrozos del mobiliario
urbano. No abundaron los robos.
En Reino Unido, las causas de la participación sin distinción de
clases en las revueltas tienen mucho que ver con el comportamiento
de masas, similar al que surge en algunas celebraciones de victorias
deportivas, según indica Jason Nier, profesor asociado de Psicología
del Connecticut College, en EE UU, y experto en la psicología social
de los actos colectivos. Hubo quien se sumó a los destrozos por puro
oportunismo. "Muchos -quizá la mayoría- de los saqueadores
participaron por puro egoísmo y avaricia. Como necesitan o quieren
cosas, sencillamente se las llevan, sin importar si lo consideran
correcto o incorrecto", argumenta Nier. "Y luego parece que hay
otros que justifican los saqueos argumentando que, a su modo de ver,
todo el sistema político o económico es ilegítimo, así que
sencillamente se aprovechan de un sistema que creen que ha estado
explotándoles (o al menos ignorándoles)". Finalmente, están los que
en otras circunstancias nunca habrían hecho lo que hicieron. "Son
algunos, probablemente una minoría, que quizá se acercan a los
disturbios o saqueos sin malas intenciones. Puede ser gente normal
que pierde temporalmente su brújula moral en el frenesí de la
multitud", apunta.
La psicología describe esta actitud como comportamiento de masas.
Cuando el individuo se encuentra en medio de una multitud, su
capacidad para sentir empatía y culpa se diluye, según indican los
psicólogos. Entonces puede llegar a asumir los valores del grupo y
los propios se atenúan, señala el profesor Nier. Si uno nunca ha
vivido unos disturbios, no sabe cómo desenvolverse, así que observa
lo que hacen los demás y lo asume como normal. Incluso hay quien
puede elaborarse una moral propia para justificar sus actos. Tras el
alboroto de la masa, hubo algunos de los propios saqueadores que
fueron por su propio pie a devolver lo que habían robado. Como la
joven Natasha Reid. Incapaz de dormir por el sentimiento de culpa,
según recordaba su madre, acudió al día siguiente a la comisaría con
el televisor bajo el brazo.
El componente lúdico de la protesta urbana también desempeña un
papel. A los jóvenes implicados de entornos acomodados, estos
destrozos les proporcionan "una situación de anonimato y riesgo muy
excitante, en la que desaparecen las inhibiciones", sostiene
Garrido, autor de Los hijos tiranos. El síndrome del emperador. "Les
parece como una especie de parque temático con la emoción de
enfrentarse a la policía". Avisa, con todo, que esos jóvenes ya
suelen estar predispuestos a esa actitud, bien debido a una
personalidad adicta al riesgo, a dificultades en los estudios o a
problemas familiares. Han sido frecuentes las imágenes de los
saqueadores entrando en las tiendas a través de lunas destrozadas y
llevándose ropa o televisores. Muchos ni siquiera se cubrían la
cara. Otros posaban con sus trofeos para tomar una fotografía y
colgarla en su red social.
En conclusión, cada protesta urbana suele responder a una compleja
mezcla de causas, y las de Londres siguen sin estar claras. En lo
que coinciden los expertos es en que la enseñanza de valores es
crucial y que sería un error subestimar las revueltas como una
simple cuestión de delincuencia juvenil.
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